La reforma de esta clínica ginecológica no se abordó como una intervención convencional centrada únicamente en actualizar instalaciones y acabados, sino como una reorganización integral del espacio, priorizando la experiencia del paciente y la calidad ambiental de todos los espacios. El edificio presentaba una limitación clara: únicamente contaba con cuatro huecos en la fachada principal, mientras el resto del programa se distribuía hacia paredes ciegas. Partiendo de esta condición, se decidió organizar el espacio mediante una semicircunferencia adosada a la medianera opuesta a la fachada, concentrando en este sector todos los servicios necesarios para la clínica (baños, office y recepción abierta y liberando el resto del espacio para las consultas y la sala de espera de los pacientes.

Esta disposición permitió abrir completamente las consultas y la sala de espera hacia la fachada, asegurando que casi todos los espacios recibieran luz natural directa. La curva no solo resolvía la funcionalidad, sino que se convirtió en un elemento poético y simbólico: una línea orgánica que evoca la creación de vida y centra la atención en el paciente, al igual que en el embarazo el bebé se sitúa en el centro. La recepción abierta refuerza este concepto, situando al paciente en el núcleo de la clínica y convirtiendo el recorrido en un hilo conductor que conecta cada espacio con esta idea.

El resultado es un entorno donde la luz, la forma y la funcionalidad se combinan para generar una experiencia cálida y cercana. La curva, la disposición de los espacios y la apertura hacia la fachada permiten no solo un uso eficiente de la clínica, sino también una sensación de bienestar y acogida. La arquitectura, en este sentido, se convierte en un aliado que, aunque sea por un instante, permite al paciente olvidarse de que se encuentra en una clínica y sentirse lo más cómodo posible.